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N. de los E. – El siguiente articulo es antiguo y fue escrito por Vaclav Smil, investigador del departamento de Geografía de la Universidad de Manitoba, Winnipeg, Canadá, publicado en la revista Nature, volumen 400, del 29 de julio de 1999. El enfoque, decididamente antimaltusiano, continúa en vigencia ya que aporta una prueba más de las falacias oscurantistas del cabildo ambientalista, vengador del desarrollo tecnológico.
De todas las maravillas técnicas del siglo, el procedimiento Haber-Bosch es el mayor logro para nuestra sobrevivencia.
¿Cuál es la invención más importante del siglo XX? Aviones, energía atómica, viajes espaciales, televisión y computadoras serán las respuestas más comunes. Sin embargo, ninguna de estas respuestas puede competir con la síntesis del amoniaco a partir de sus elementos. El mundo podría estar mejor sin Microsoft y sin la CNN, y tampoco los reactores nucleares ni el mismo taxi espacial serían críticos para el bienestar humano. Pero la población mundial no podría haber crecido de 1 600 millones en 1900 a los seis mil millones de hoy sin el procedimiento Haber-Bosch.
Cada uno de nosotros tiene que comer diez aminoácidos esenciales para sintetizar las proteínas del cuerpo necesarias para el crecimiento y la manutención de los tejidos. Los cultivos agrícolas y los animales alimentados con esos cultivos abastecen casi el noventa por ciento de estos aminoácidos en las proteínas alimenticias (especies acuáticas y los animales de pastoreo brindan el resto). El rendimiento de la agricultura intensiva casi siempre está limitado por la disponibilidad del nitrógeno necesario para producir estas proteínas.
El nitrógeno viene de la biofijación (por la bacteria Rhizobium en simbiosis con leguminosas y cianobacterias), de la deposición atmosférica y del reciclaje de residuos de cultivos agrícolas y del estiércol. Pero estas fuentes sólo suman cerca de la mitad de la necesidad total: la otra mitad debe venir de fertilizantes inorgánicos, cuya síntesis fue posible gracias a la invención de Fritz Haber y a la ingeniosidad de Carl Bosch.
La síntesis del amoniaco pertenece a aquel grupo especial de descubrimientos –en particular la bombilla de Edison y el vuelo de los hermanos Wright- de la que podemos identificar la fecha exacta del avance decisivo. Los archivos de Badische Anilin-Und Soda-Fabrik (BASF), de Ludwigshafen, Alemania, contienen una carta de Haber, profesor de físico-química y electroquímica de la Technische Hochschule de Karlsruhe, enviada el 3 de julio de 1909 a los directores de la empresa.
Haber describe en ella los acontecimientos del día anterior, cuando dos químicos de BASF fueron a su laboratorio para ver la síntesis demostrada: “Ayer comenzamos a operar el gran aparato de amoniaco con circulación de gas en presencia del Dr. (Alwin) Mittasch, y fuimos capaces de operarlo por cerca de cinco horas sin interrupción. Durante todo ese tiempo funcionó correctamente y produjo amoniaco líquido continuamente… Todas las partes del aparato estaban ajustadas y funcionaban bien, entonces fue fácil concluir que el experimento se podría repetir.”
Veinte años después, Robert Le Rossignol, asistente inglés de Haber, recordó que tanto Bosch y Mittasch fueron a testimoniar el experimento matutino. Paul Krassa, otro de los alumnos de Haber, recordó la tensión que suele acompañar tales acontecimientos, y el miedo de Tücke des Objekts (la malicia de los objetos). Hay que decir que unos de los tornillos del aparato de alta presión se barrió, lo que retrasó la demostración por varias horas; Bosch no podía estar por la tarde y volvió a Ludwigshafen.
Pero los líderes de BASF titubeaban ante la idea de continuar con el desarrollo de una síntesis operando a presiones por encima de 10 MPa (100 atm). August Bernthsen, jefe de los laboratorios de BASF, quedó horrorizado: “¡Cien atmósferas! Ayer mismo vimos un autoclave a tan sólo siete atmósferas volar por los aires.” Pero Bosch, que dirigía la investigación de fijación de nitrógeno de la empresa, estaba confiado: “Yo creo que puede suceder. Sé exactamente la capacidad de la industria siderúrgica. Puede ser arriesgado.” Y él hizo eso: resolvió algunos problemas sin precedentes en la ingeniería, y la producción comercial de amoniaco comenzó el 9 de septiembre de 1913, tan sólo cuatro años y dos meses después de la demostración de laboratorio de Haber.
En la actualidad, la síntesis de amoniaco fue perfeccionada en muchos detalles y es mucho más eficiente energéticamente, pero Haber y Bosch podrían reconocer todas las características principales de su invento. La producción mundial de amoniaco en la actualidad es de cerca de 130 millones toneladas al año: ochenta por ciento de ella se aplica a fertilizantes, de los cuales la urea es el más importante. Los países ricos podrían utilizar menos fertilizantes, para reducir su producción excesiva de alimentos y consumir menos animales –pero hasta el reciclaje más persistente de residuos orgánicos y la más amplia plantación de leguminosas nos podría proporcionar nitrógeno suficiente para naciones de tierras escasas, pobres y muy pobladas.
Durante varias décadas, virtualmente todo el nitrógeno fijado en los campos de China, de Egipto y de Indonesia provino de fertilizantes sintéticos. Cuando se viaja a Hunan o a Jiangsu, a través del delta del Nilo o por los paisajes bien cuidados de Java, hay que recordar que los niños corriendo por ahí o conduciendo un dócil búfalo deben las proteínas de sus cuerpos a la urea que sus padres regaron por los campos, a partir de la síntesis del amoniaco de Huber-Bosch. Sin ello, casi cuarenta por ciento de la población mundial no estaría aquí –y nuestra dependencia sólo aumentará cuando la cuenta mundial se mueva de seis a nueve o diez mil millones de personas.